miércoles, 27 de octubre de 2010

Por fin... "podem parlar sobre ells"

Hoy me he quedado pensando en la gente a la que escucho cada mañana, durante unas tres o cuatro horas todos los días. Me cuentan historias tan distintas como ellos mismos, y cuando las escucho creo que me gustan tanto o más que los personajes que se me ocurren cuando les observo explicando:

Una me habla de un señor muy curioso que al parecer no era muy guapo pero que sí viajo mucho y tuvo muchos amigos. La llaman Inma, y siempre lleva vestidos largos y de colores, combinados con unos tenis dorados y blancos que relucen casi tanto como su collar de plata. Su pelo no podía ser más rubio de bote y su voz de fumadora fiestera no podía ser más ronca. Me encanta su idioma y me encanta su acento y sé que a todos les encanta su edad y su ropa.

Otro me habla de como hace muchos muchos años unos señores se inventaron unos aparatos muy curiosos, los exportaron y, de repente, se dieron cuenta del futuro que tenían. A éste le llaman Falcó, y es quizás el más joven y fresco. Creo que hace tiempo era más grueso, pues parece que los pantalones siempre se le caen. Ah! pero sus cinturones me encantan, casi tanto como su bigote, su barbita y su maldito acento cerrado que no hay quien entienda. Aún así, me encanta cómo se ríe la gente con sus chistes, sus bromas e ironías. Lo cierto es que debe ser muy gracioso.

Otro, que ya es algo más mayor, nos cuenta, una y otra vez, lo trascendental de una definición de un término sobre una técnica de un tiempo pasado. Es complejo y denso, pero me gusta. Nos enseña cómo en un determinado momento una gente se puso de acuerdo y empezó a trabajar con los mismos parámetros estéticos inaugurando así uno de los aspectos más importantes de la cultura en el mundo entero. Lo cierto es que disfruto. Me canso, pero disfruto. Se llama Monterde y me recuerda mucho a otro personaje también de gesto aguileño y refinado. Su caminar de puntillas y su peculiar forma de pronunciar la "r" me hacen escucharle con atención más que nunca.

El siguiente ya es... como un abuelito con bastón, aunque sin bastón. Cojillo y sin dientes en la parte superior de la boca, nos cuenta historias sobre gente prodigio y excepcional que escribía y escuchaba mucho. Roger o Alier, así le conocen. No le entiendo todo, pero me gusta la ternura que genera en la habitación cuando se queda casi dormido o cuando de repente, entre susurro y susurro, suelta un "això era avorrit i encara hi es". Vamos, "esto es una mierda". Siempre con su traje y su maletín, le miro y pienso que estaría bien saber dibujar para hacerle un dibujo.

Y el último es mi favorito. Los lunes y los martes, a las 12 de la mañana, nos cuenta cómo en un momento importante de la historia un montón de gente decidió que sería interesante mostrar al mundo entero, en alguna ciudad importante y una vez al año, todos los últimos inventos y progresos. Se llama Molet, Joan Molet, y es bajito y redondito. Cuando entra por la puerta me pongo contenta, si, porque de repente toda la sala huele a café, y eso me gusta, porque a esa hora siempre tengo hambre. Además, no sé si por su comienzo de alopecia o por su manera paciente y clara de explicar, pero... me recuerda mucho a mi padre. Y el café y mi padre me ponen contenta.


Així es... estic alegre.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Morriña temprana entre colores de noche

Por fin he llegado.


Se llama Agbar, y de noche es más bonita. Se ve desde fuera, desde dentro, desde abajo y desde arriba. Desde mi habitación no la veo, pero en mi cristal se reflejan sus azules y sus rojos. Y sonrío, y me pongo triste. Y luego vuelvo a sonreír.







sábado, 7 de agosto de 2010

Desintoxicación

Por fin algo refrescante


Hay cosas que son iguales, en todo tiempo y en todo lugar.
Hay cosas que nunca cambian, que nunca lo harán.
Y de vez en cuando, conviene subirse a una piedra alta y mirar desde arriba, o tomar distancia en tu visión y gritar con los ojos desde lejos para por fin desahogarte.
Y finalmente... beber agua, agua fría con hielo. Y darte cuenta de que... ya no piensas en ello.


martes, 20 de julio de 2010

Unicornios cojos


Por fin café cargado y pijama, por fin unicornios en la playa.

Solía ver unicornios por la ventana de mi habitación de la casa de la playa. Creo que volveré a hacerlo.

Antes los buscaba en las gotas, en las nubes y en las olas, en la arena y las baldosas. Después los buscaba dentro, en mis manos, en mis arrugas y lunares. Los buscaba entre mis sábanas, en mi almohada. Y volvía a la ventana.

Siempre por la noche y después de la taza de café cargado que tomaba para dormir, con la que tragaba las 5 valerianas que ayudaban a soñar, a encontrar unicornios. Siempre por la noche y después de ponerme el pijama. Iba a la ventana.

No siempre los encontraba, aunque siempre buscaba. Siempre por la noche, en la ventana. Eran grandes, blancos, brillantes. Me sorprendía lo difícil que resultaba encontrarlos, fuera y también dentro, pues… ¡brillaban tanto! Casi igual que la luz del microondas en la que calentaba el café cargado de antes del pijama para tomar las valerianas.

Un día tuve tanta suerte que encontré cinco. Los cinco eran iguales, con los mismos cuernos grandes y blancos, brillantes y legendarios. ¡Qué míticos los unicornios! Pero los unicornios de la ventana de mi habitación de la casa de la playa tenían algo especial, no caminaban normal. Sus patas largas y estrechas me encantaban, tan altas y finas, tan blancas y míticas. Cuando las veía me imaginaba todos los cuentos, películas y libros en los que se habían descrito tales patas, en tales cuerpos y con tales cabezas. ¿Por qué la gente sólo se fija en los cuernos de los unicornios? Las patas eran fantásticas. Y estas más. Cada unicornio blanco tenía 3, que no 4, patas blancas. Tres patas con las que corrían cojos por la playa que yo veía desde mi ventana. Todas las noches. Y yo los buscaba. Y yo los veía. Después de mi café, con mi pijama.


Creo que he de buscar unicornios cojos de nuevo.

sábado, 17 de abril de 2010

Caminando


Por fin grandes avenidas se confiesan.

"Si pudiera tener otro aspecto -se dijo- habría sido morena, como Hepburn, con una piel como de cuero arrugado y unos ojos muy hermosos. Habría sido, como ella, lenta y majestuosa; más bien pequeña y elegante; me habría interesado por la política como un hombre -pensó- y tendría una casa en el campo; y toda mi persona destilaría dignidad y sinceridad"

Pero lo cierto es que tiene una figura insignificante y una carita ridícula, tan picuda como la de un pájaro. Por otra parte se mueve con elegancia, tiene las manos y los pies bonitos y viste bien, considerando lo poco que gasta en ropa. Pero con frecuencia le parece ya que el cuerpo que habita, ese cuerpo con todas sus facultades, no es nada, nada en absoluto. Tiene la extrañísima sensación de ser invisible; de que nadie la ve ni la conoce; se le ha acabado el matrimonio y tener hijos, sólo le queda aquel sorprendente avanzar por la gran avenida que le lleva a su casa, de manera bastante solemne, junto con todos los demás peatones.

lunes, 12 de abril de 2010

Recuerdos bonitos, de principios bonitos.


Por fin sol, por fin Hawai, por fin flores y plumas de colores brillantes.

" Y de pronto aparecía una muchacha hawaiana toda desnuda sólo con un collar de flores blancas muy grandes y dos flores blancas también en la cabeza y a los dos lados de la frente y con los dientes muy blancos, blanquísimos, y sonriéndose y con el cuerpo duro y brillante, y sin decir nada, ni una palabra, sólo sonriéndose y se tumbaba al lado, y uno no hacía nada, sólo acariciarle muy suavemente el pelo.

Y estábamos juntos mucho tiempo, hasta que empezaba a amanecer, y había una alegría, y todos los pájaros empezaban a cantar, y pasaban bandos de pájaros muy grandes, como pavos reales, con las plumas brillantes azules o rojas o amarillas reluciendo a la luz del sol que se levantaba sobre el mar, y casi lo dejaba a uno ciego de luz.

Y entonces uno estaba medio adormilado y sentía el brazo tibio de la muchacha y luego su aliento y sus labios y se acercaban entreabiertos con los dientes blancos más adentro y en el medio la lengua toda temblorosa. "


J. Ayesta, Helena o el mar del verano.

sábado, 27 de marzo de 2010

Personaje nº 1: le gusta el café cargado.


Por fin mi personaje nº 1 se despertó y salió de entre sus sábanas.


Empieza los días tarde. Le gusta el café cargado y una historia de Vonnegut. A veces escribe canciones y cartas y poemas e historias sobre ficciones de la verdad. Lee y sonríe, y canta y silba. Sonríe. A veces duerme en una cama distinta a la suya porque disfruta del descanso de un poco más arriba. Es muy alto y de gran sonrisa. Ya lo he dicho, sonríe, sonríe y silba. Es rubio ceniza, claro. Justificar a ambos lados

Pero un día se levantó más temprano de lo normal. No fue normal, no. Suele dormir hasta tarde, algunos días hasta muy tarde, comiendo casi nada más despertar. Si, empieza los días tarde. Pero aquel día eran las ocho de la mañana cuando abrió los ojos y vio su habitación más desordenada que nunca. Había soñado muchas cosas, con muchas de las que ahora veía allí: el abrigo, los calcetines, los papeles llenos de grandes catedrales, y de pinturas famosas, la ceniza del cigarro con el que le habían quemado la noche anterior y también con los libros que había leído, con tres de ellos.

Me gusta el personaje número uno, a veces mucho. A él le gusta silbar y el café cargado y también escribir. Y aún no lo he dicho pero también se guarda historias, íntimas, secretas. Así es. Le gusta hablar, y guardar lo hablado con mucha gente. Le gusta escuchar y después pensar sobre ello, pensarlo y hablarlo en silencio.

Aquel día se despertó, ordenó su habitación y escribió una historia. La historia es un cuento sobre una chica que escribía cuentos sobre personajes. A esa chica le gusta el número uno, el prefiere el dos. Eso es porque le gusta meterse en un pequeño barquito en el que se tapa, del que sale de vez en cuando para divisar si hay peligro. Después se enciende la luz. Tiene los ojos algo cegados pues ha pasado un tiempo largo en el barco.

Al final, sale de entre sus sábanas. El personaje número uno es pequeño. Pero le gusta el café cargado.

Ítaka en casa.


Por fin un "Viatge a Itaka"


Un día él me puso una canción sonriendo como un niño enseñando sus juguetes, y ella me leyó la letra con mucha emoción maternal y nostálgica. Hablaba del futuro, efectivamente. Y también del camino que hay entre él y nuestra casa...

Es largo y lleno de cosas que "un perro viejo ya conoce". "No, qué vaaa! Es un paseo único y personal".

Yo pensaba en un marinero perdido en su propio mar, un largo camino a casa, una historia familiar. Lejos,,. en tiempo y lugar, y cerca, a mi lado, también.

Nos habían contado la historia en el cole, y la habíamos oído ya antes en voz de un poeta, un antiguo poeta que escribió el libro que tenemos en el tercer estante de la biblioteca del salón.

"No camines rápido", dice uno. "Camina tu camino", dice otra.

Sea como fuere...camina sin cesar...y entonces, un día, seguramente y como dice la canción en catalán..."averigües lo que significan las Ítakas".

Ulíses, Kavafis, ellos. Así es, hoy la incertidumbre es más atractiva, familiar y entrañable que nunca....

sábado, 13 de marzo de 2010

Rouge.


Por fin Valentine y el Juez retirado se dijeron cosas callados. Rojo.


Valentine: ¿Y era feliz? ¿Dentro de veinte o veinticinco años?

Juez: Si.


Valentine se acerca al juez y le dice en un tono íntimo:


-¿Qué más sabe usted?


El juez no responde.

Valentine, en el mismo tono íntimo, le pregunta:


-¿Quién es usted?

-Un juez retirado -le dice el Juez.

-Siento que algo importante está sucediendo a mi alrededor. Y tengo miedo.


El juez ofrece sus manos a Valentine. Ella no comprende lo que desea, pero atiende a su petición. El juez acoge las palmas de sus manos en las suyas durante un rato.

Piensan, ambos, que un sentimiento repentino los ha unido. Bella es esa certeza, más bella aún la incertidumbre. Creen que no se conocen, nada ha acurrido jamás entre ellos. ¿Pero estas calles, estas escaleras, estos pasillos, por los que han podido cruzarse desde hace tanto tiempo?

Me gustaría preguntarles si no recuerdan...¿quizás una puerta giratoria, un día cara a cara? ¿Algún "perdone" entre la multitud? ¿Al teléfono, "es un error"? Pero conozco su respuesta. No, no se acuerdan.

En absoluto dispuesto a mutarse en destino, que les acerque y les aleje, les corte el camino y, partiéndose de risa, se escape un poco más allá. Ha habido signos, indicios, indescifrables, ¿qué importa? Hace tres años tal vez, o quizás el pasado martes, ¿esta hoja que voló de una espalda a otra? Un objeto perdido y recuperado. Quién sabe, ¿quizás un balón ya en los forros de la infancia?

Ha habido apretones de manos, cascabeles, en los que sobre la huella de una mano, otra se imprimirá. Maletas, unas junto a otras, en la consigna. Y quizás una noche un mismo sueño, borrado al despertar por la mañana.

Pero todo comienzo no es sino una continuación, y el libro del destino siempre abierto por la mitad.


Rouge. K.K

sábado, 27 de febrero de 2010

Bolas y paisajes, paisajes y bolas :)


Por fin hallando paisajes de ojos cerrados en techos altos y blancos….

Cuando cierras los ojos puedes verlo. Sí, con los ojos abiertos es imposible. Cuando llegas a casa y te acuestas en el suelo sabes que es lo mejor, bajar los párpados y observarlo despacio, con calma, mirando hacia el techo, con los ojos cerrados.

Es un punto blanco, nada nítido al principio pero muy claro y definido al final. Es redondo, muy redondo, y muy blanco también. Tan blanco que te nubla la vista, te deslumbra, y por eso es mejor cerrar los ojos. Cuando por fin te das cuenta de que es mejor no abrirlos durante un buen rato, te concentras e intentas mirarlo, sí, despacio y con calma, como dicen.

Es pequeño, un puntito, muy blanco, y casi imperceptible, con los contornos bien difuminados. Pero resulta que cuando pasas unos minutos con los ojos cerrados, el puntito empieza a crecer, y a crecer y a crecer. Acaba convirtiéndose en una especie de bolita, que parece de nieve, que sigue siendo redonda y blanca, muy blanca. Ahora completamente definida. Crece y crece, se hace grande y fuerte, cada vez más blanca y más redonda. Llega el momento en el que, como es de esperar, ya es más grande que tu cabeza, incluso que tu ombligo. Es cada vez más gorda y grande, más fuerte y blanca. Hermosa.

Creciente. El punto blanco ya no es punto. Y sigue haciéndose tan grande que sabes - y no puedes evitarlo- que va a deshacerse en cualquier momento. “No puede seguir creciendo, nada puede ser tan grande y tan blanco”, piensas. Efectivamente, el puntito blanco se ha hecho una bolita, preciosa y grande, pero ya no puede crecer más. Por eso ha estallado en mil pedazos, se ha roto, se ha deshecho y, en lo alto de tu paisaje de ojos cerrados, ha provocado una hermosa lluvia blanca. Parece una gran nevada. Todo es blanco, y lo blanco roza tu cara.

Ha dejado el suelo teñido con su color y su tacto. Es suave y blando y, aunque agradable a primera vista, sientes el terreno inestable, un suelo extraño. De hecho es complicado seguir caminando por ahí, pues se te hunden los pies, hasta las rodillas. Te apetece sumergir la mano pero no te atreves, por medio a que tu brazo se quede ahí metido para siempre.

Finalmente, sumergida entre tanto blanco decides seguir con los ojos cerrados. Decides acostarte. Te apetece hacer lo que ves en las películas, hacer un ángel con sus alas, dejar su silueta marcada. Pero el suelo es grande y profundo, puedes hundirte. Tan blanco.

Por último, te imaginas al Principito del cuento metido en esa bolita, sonriendo e imaginando sueños llenos de nieve. Es entonces cuando sonríes.

Ya es hora de volver a ver el techo de la habitación, que no es tan blanco, pero sí igual de hermoso. Quizás deberías haber colocado allí arriba una foto con sonrisas, también de dientes blancos.

Sabes que es un techo, sin más, pero te reconforta volver a abrir los ojos y darte cuenta de que, hasta un techo, que cubre tus ideas día a día testimoniando tus encuentros con puntos blancos y paisajes de ojos cerrados, puede ser bello y grandioso.

viernes, 26 de febrero de 2010

Las gotas dejan marca.


Por fin el agua es buena señal.

Dentro de un gran manantial con un pequeño puentecito en el que sólo me cabe el dedo meñique del pie izquierdo. Con horas de más y tiempo de menos. Mucha agua y pocas luces. Haciendo honor a la peli que veremos la próxima semana. Habla de lluvia, de lluvia y agua y dejará marca al igual que las gotas en el suelo de la calle.

Estos días tenemos un nuevo mejor amigo cada uno, que nos pesa, que nos estorba, que se cae, que no cabe en ningún lado y no tiene lugar en ningún sitio, no. Sólo queda colgarlo de la espalda como aquella chica de la boina azul. O dejarlo abandonado en cada sitio al que vas, salir corriendo y, cuando las gotas se conviertan en chorretones que te estiran el pelo, volver llorando junto a él, rescatarlo y decirle que, jamás, volverás a hacerlo.

Inundada hasta mi cama pero deseando aprender más sobre el agua

La noche cae rápido pero camina lenta.



Por fin caracoles nocturnos en Espirito Santo.

Salen justo a las nueve de la noche. Ahora, a las nueve, ya es noche cerrada, y parece que tanta oscuridad les gusta más que nunca. Si ha llovido, los invitados se multiplican y la fiesta de crujidos con zapatos y babas es mucho más....espeluznante.

De cualquier forma... tantos cuernos bajo luz de farolas de invierno... me hacen imaginar cuentos, cuentos nocturnos, llenos de lentitud.

Día rojo con boina azul.



Por fin la he visto, a la chica de la boina con paraguas.

La chica que camina delante de mí lleva un paraguas colgado en su espalda y una boina azul. Pero sólo yo puedo ver la boina, y es azul, si. El paraguas es casi más grande que ella y el azul de su gorro no se corresponde con su día. Va comiendo una pera. Se para y la lava en una fuente. Se gira varias veces hacia atrás pensando que yo la sigo. Nos toca seguir el mismo camino. Ya la conocía… y resulta que compartimos calle.

Sólo la he observado de espaldas, pero sé que… también tiene un día rojo.