sábado, 17 de abril de 2010

Caminando


Por fin grandes avenidas se confiesan.

"Si pudiera tener otro aspecto -se dijo- habría sido morena, como Hepburn, con una piel como de cuero arrugado y unos ojos muy hermosos. Habría sido, como ella, lenta y majestuosa; más bien pequeña y elegante; me habría interesado por la política como un hombre -pensó- y tendría una casa en el campo; y toda mi persona destilaría dignidad y sinceridad"

Pero lo cierto es que tiene una figura insignificante y una carita ridícula, tan picuda como la de un pájaro. Por otra parte se mueve con elegancia, tiene las manos y los pies bonitos y viste bien, considerando lo poco que gasta en ropa. Pero con frecuencia le parece ya que el cuerpo que habita, ese cuerpo con todas sus facultades, no es nada, nada en absoluto. Tiene la extrañísima sensación de ser invisible; de que nadie la ve ni la conoce; se le ha acabado el matrimonio y tener hijos, sólo le queda aquel sorprendente avanzar por la gran avenida que le lleva a su casa, de manera bastante solemne, junto con todos los demás peatones.

lunes, 12 de abril de 2010

Recuerdos bonitos, de principios bonitos.


Por fin sol, por fin Hawai, por fin flores y plumas de colores brillantes.

" Y de pronto aparecía una muchacha hawaiana toda desnuda sólo con un collar de flores blancas muy grandes y dos flores blancas también en la cabeza y a los dos lados de la frente y con los dientes muy blancos, blanquísimos, y sonriéndose y con el cuerpo duro y brillante, y sin decir nada, ni una palabra, sólo sonriéndose y se tumbaba al lado, y uno no hacía nada, sólo acariciarle muy suavemente el pelo.

Y estábamos juntos mucho tiempo, hasta que empezaba a amanecer, y había una alegría, y todos los pájaros empezaban a cantar, y pasaban bandos de pájaros muy grandes, como pavos reales, con las plumas brillantes azules o rojas o amarillas reluciendo a la luz del sol que se levantaba sobre el mar, y casi lo dejaba a uno ciego de luz.

Y entonces uno estaba medio adormilado y sentía el brazo tibio de la muchacha y luego su aliento y sus labios y se acercaban entreabiertos con los dientes blancos más adentro y en el medio la lengua toda temblorosa. "


J. Ayesta, Helena o el mar del verano.