sábado, 27 de febrero de 2010

Bolas y paisajes, paisajes y bolas :)


Por fin hallando paisajes de ojos cerrados en techos altos y blancos….

Cuando cierras los ojos puedes verlo. Sí, con los ojos abiertos es imposible. Cuando llegas a casa y te acuestas en el suelo sabes que es lo mejor, bajar los párpados y observarlo despacio, con calma, mirando hacia el techo, con los ojos cerrados.

Es un punto blanco, nada nítido al principio pero muy claro y definido al final. Es redondo, muy redondo, y muy blanco también. Tan blanco que te nubla la vista, te deslumbra, y por eso es mejor cerrar los ojos. Cuando por fin te das cuenta de que es mejor no abrirlos durante un buen rato, te concentras e intentas mirarlo, sí, despacio y con calma, como dicen.

Es pequeño, un puntito, muy blanco, y casi imperceptible, con los contornos bien difuminados. Pero resulta que cuando pasas unos minutos con los ojos cerrados, el puntito empieza a crecer, y a crecer y a crecer. Acaba convirtiéndose en una especie de bolita, que parece de nieve, que sigue siendo redonda y blanca, muy blanca. Ahora completamente definida. Crece y crece, se hace grande y fuerte, cada vez más blanca y más redonda. Llega el momento en el que, como es de esperar, ya es más grande que tu cabeza, incluso que tu ombligo. Es cada vez más gorda y grande, más fuerte y blanca. Hermosa.

Creciente. El punto blanco ya no es punto. Y sigue haciéndose tan grande que sabes - y no puedes evitarlo- que va a deshacerse en cualquier momento. “No puede seguir creciendo, nada puede ser tan grande y tan blanco”, piensas. Efectivamente, el puntito blanco se ha hecho una bolita, preciosa y grande, pero ya no puede crecer más. Por eso ha estallado en mil pedazos, se ha roto, se ha deshecho y, en lo alto de tu paisaje de ojos cerrados, ha provocado una hermosa lluvia blanca. Parece una gran nevada. Todo es blanco, y lo blanco roza tu cara.

Ha dejado el suelo teñido con su color y su tacto. Es suave y blando y, aunque agradable a primera vista, sientes el terreno inestable, un suelo extraño. De hecho es complicado seguir caminando por ahí, pues se te hunden los pies, hasta las rodillas. Te apetece sumergir la mano pero no te atreves, por medio a que tu brazo se quede ahí metido para siempre.

Finalmente, sumergida entre tanto blanco decides seguir con los ojos cerrados. Decides acostarte. Te apetece hacer lo que ves en las películas, hacer un ángel con sus alas, dejar su silueta marcada. Pero el suelo es grande y profundo, puedes hundirte. Tan blanco.

Por último, te imaginas al Principito del cuento metido en esa bolita, sonriendo e imaginando sueños llenos de nieve. Es entonces cuando sonríes.

Ya es hora de volver a ver el techo de la habitación, que no es tan blanco, pero sí igual de hermoso. Quizás deberías haber colocado allí arriba una foto con sonrisas, también de dientes blancos.

Sabes que es un techo, sin más, pero te reconforta volver a abrir los ojos y darte cuenta de que, hasta un techo, que cubre tus ideas día a día testimoniando tus encuentros con puntos blancos y paisajes de ojos cerrados, puede ser bello y grandioso.

1 comentario: